martes, noviembre 02, 2010

La dolce vita: la "segunda liberación"

La noche es fría y hay ráfagas de viento que se esparcen con fuerza por las calles de la ciudad. En una sala de cine, centenares de trajes elegantes pasean por el vestíbulo mientras las joyas se intercambian sonrisas y destellos.

Durante el estreno de "La dolce vita", el 5 de febrero de 1960, Fellini está sentado entre el público, tratando de no adormecerse con la infinidad de perfumes que compiten en silencio. Cuando finaliza la película y se encienden la luces algunas manos dispersas aplauden, pero pronto son enterradas por los abucheos.


Los trajes y los perfumes comienzan a salir de la sala y en el vestíbulo un abrigo de visón se abalanza sobre el director y le grita : "usted tendría que atarse una piedra al cuello y tirarse al mar", mientras un impecable frac negro se acerca y lo escupe en la cara. El tumulto era sólo el preludio de una encarnizada batalla librada en los medios de comunicación, los púlpitos, el parlamento y las calles.

La película transcurre en la Vía Veneto, centro del recién bautizado jet set, frecuentado por escritores, publicistas, hijos de dictadores, trepadores, estrellas sin destino, vendedores de portadas y un periodista demasiado encandilado con los acontecimientos que cubría en la alta sociedad romana. Ellos constituían un ejército ansioso por divertirse de cualquier modo para atenuar el aburrimiento y el vacío.

Iniciada la polémica, algunos parlamentarios trataron de prohibir la película, un jesuita la consideró una crítica necesaria, alguien dijo que era una obra maestra, L'Osservatore Romano la calificó de indecente y desagradable, más aún, obscena y sacrílega, grupos católicos trataron, inútilmente, de que nadie la viera.
Los italianos fueron sacudidos por la historia, intuyendo que los personajes de la pantalla pululaban por el mundo real, el de todos los días. "La Dolce Vita" fue recibida como una acusación moral en una sociedad que había reducido el milagro económico de posguerra a la búsqueda de placeres y objetivos materiales.

Algunos biógrafos del cineasta sostienen que "La dolce vita" era una especie de "segunda liberación" luego de haber logrado liberarse de los nazis. Se trataba de una mirada aguda a un mundo que comenzaba a asumir el futuro a través de liderazgos renovados -el Papa Juan XXIII, Kruschov y Kennedy, entre otros- que enfrentaban nuevos desafíos.

Fellini enfrentó al cinismo y sinceró lo que estaba ocurriendo. Quizá fue precisamente esto lo que indignó a los poderes fácticos de la época. Respondiendo a las críticas manifestó que "La Dolce Vita" no era la Roma visible sino un reflejo del espíritu, "una ciudad interior".

A cincuenta años del estreno mantiene su vigencia la metáfora de escarbar en la ciudad interior, la que bulle por debajo, la que es mejor que asome, para que nos miremos, nos reconozcamos, antes de perdernos en laberintos de superficie y olvidar cuales eran los sueños, por donde iban las ganas.

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